unas cenizas dioxacina,
que permiten una mancha
insoluble, inaudita.
Quizás porque inunda
la noche, las caras, la luna,
los reflejos de sombras,
los espejos en llamas,
las cenizas que tienen hambre
de silencio bajo la cama.
Quizás dejo la mesa tendida,
el espacio tomado,
esperando a ser servido
al zumbido que titila interno.
Quizás en el pecho dejo,
un espacio, un entero,
para recibirte siempre
para que apagues mi motor,
mi máquina,
para encender un fuego.
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